Después de cientos de explosiones y más de 40 horas seguidas de emisiones, los investigadores apuntan a que el volcán se estabilizará.

Hay un gigante rugiendo bajo la tierra del centro de México.

El volcán Popocatépetl está activo desde 1994 y todo el mundo lo sabía, pero desde hace unos días se han disparado las alarmas por su actividad creciente: son cientos de explosiones en más de 40 horas ininterrumpidas. 

Alrededor de 7.000 soldados se han movilizado a los Estados de Puebla, Morelos y México por si hace falta organizar una evacuación de las poblaciones cercanas al volcán, se han suspendido las clases en 40 municipios y se ha fijado un perímetro de seguridad de 12 kilómetros en torno al Popo. Está todo preparado, pero los científicos llaman a la calma: este episodio no es único, ha pasado antes muchas veces y a lo que apunta la historia reciente es a que el volcán se estabilizará, sin una erupción dramática, en un nivel alto de actividad y emisión de cenizas. “Es probable que en los próximos meses haya muchos episodios como el que hay ahora”, apunta el vulcanólogo Robin Campion.

El investigador contesta el teléfono a EL PAÍS en un intermedio entre sus viajes al gigante activo: “Es un escape de gas continuo que genera mucho ruido y lleva consigo los fragmentos incandescentes y la ceniza”. Ha pasado tres días en el Paso de Cortés, la brecha entre los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, monitoreando.

Trae los ojos irritados, la nariz algo roja. La emisión de ceniza no es inocua. Esta noche vuelve a irse, va a acercarse cuatro kilómetros más, dentro del área restringida. Son días de mucho trabajo para los investigadores que han dedicado su carrera a estudiar los volcanes mexicanos: “Lo que más destaca es la duración del episodio, 40 horas sin parar. Es un episodio anómalo por su duración, por la producción constante de ceniza por tanto tiempo”, describe.

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Esta ceniza ahora está cayendo sobre el Estado de Puebla y ha obligado a cerrar el aeropuerto Hermanos Serdán, pero los próximos vientos se dirigen a Ciudad de México, donde el sábado se desató el caos en el ya saturado aeropuerto internacional de la capital por el cierre solo durante unas horas de las pistas.

“La probabilidad de que la ceniza se dirija a Ciudad de México es muy alta. Sabemos que durante el invierno las cenizas van hacia Puebla, pero a partir de mayo, en junio y julio es hacia Ciudad de México”, explica la investigadora Ana Lillian Martin en una conferencia organizada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La experta en vulcanología señala que las cenizas irritan las vías respiratorias, los ojos y también pueden dar picor de piel.

Al mojarse se enlodan y crean una pasta difícil de deshacer. Oscurecen el medio ambiente y se pueden colar en los motores de los aviones y dañar los parabrisas de los coches. También afectan a las telecomunicaciones de los celulares, por ejemplo. Así, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) ha recomendado quedarse en interiores, tapar puertas y ventanas, usar mascarilla y gafas si hay que salir al exterior y evitar manejar.

¿Cuánto tiempo habrá que estar así? “Para eso no tenemos una bola de cristal”, responde el vulcanólogo Robin Campion, que señala que es difícil hacer pronósticos exactos en las tres velocidades que se manejan: no se sabe cuánto va a durar este episodio —pueden ser días—, ni cuándo acabará este período más intenso que acaba de comenzar —pueden ser meses—, ni cuándo volverá a dormirse un volcán que lleva tres décadas despierto —pueden ser años—. “Hay que ser humildes: hay muchas cosas que no tenemos manera de pronosticar con respecto al volcán”, explica Campion, “cuantificar es importante, porque permite comparar la actividad actual con las anteriores, es como medir un río y sus inundaciones”.